Pista 3: CASBA
Dejamos a nuestro grupo de música favorito en la cárcel… Esa noche cenaron bien —y había frijoles, por si alguien se lo pregunta— y durmieron a cubierto, es más de lo que podían pedir. Incluso tuvieron un poco de contacto humano cuando ejercieron sobre ellos la brutalidad policial. Vivían como reyes.
—Jefe, ¡croa!, ¿cuándo desayunamos?
—Eso digo yo… —Álex se volvió a las rejas—. Agente, ¿qué hay de desayuno?
—No hay desayuno.
—¡¿Qué?! ¡Croa!
—Pero si es la comida más importante del día… Sin contar el segundo desayuno.
—¡Pues no hay ningún desayuno!
—¡Quiere matarnos de hambre! —chilló Genutto.
El agente no respondió. Su compañero había salido de patrulla y él había tenido que quedarse ahí vigilando a esa cuadrilla de anormales. Decidió dedicar la mayor parte se su atención al “Marca”.
—Disculpe —dijo una voz femenina desde la entrada de la garita.
Había algo en aquella voz que recordaba al tacto de la seda.
El policía bajó rápidamente su periódico, que ocultaba a una veinteañera de rostro angelical e ingente —ingente, ingente— escote que le miraba desde la puerta.
—Pa-pase —invitó el agente una vez recuperado del shock inicial.
—Vamos, cariño —dijo mientras entraba.
Tras ella irrumpió en comistrería un tipo bajito con toda la cara cubierta de un tardío acné juvenil —excepto las gafas— y vestido con una camisa lisa (¡rima!) pésimamente combinada con unos pantalones de pana. El policía no pudo evitar arrugar la nariz un momento.
En esos instantes Álex se estaba alisando la falda sin prestar atención a la moza. Los demás, sobresaltados, miraron a la chica, luego a Álex, luego otra vez a la chica y de nuevo a Álex, hasta que Genutto terminó preguntando atropelladamente:
—¡Jefe! ¿Estás bien?
—Claro, ¿por qué no iba a estarlo?
—¡Ha entrado una belleza y no has hecho nada!
Álex dirigió una mirada de soslayo a la despampanante chica.
—Supongo que tampoco es para tanto.
Todos en la celda, incluso Pitch, quedaron boquiabiertos.
—¡Patrón! —sollozó Tomás.
—¡Esto es por el hambre, cabrón! —gritó Genutto al policía agarrándose a las rejas—. ¡Asesino! ¡Trae el desayuno!
—¡Callaos, chalados! —les espetó el guardia dando con la porra en las rejas.
—¡Croa! —le graznó Genutto mientras retrocedía.
El policía volvió para atender a la ciudadanía:
—¿Qué desea? —le dijo a la chica ignorando en gran medida a su acompañante.
—Querría denunciar un robo —le contestó ella ruborizándose un poco y juntando los brazos de forma que resaltase más su brillante pechonalidad.
—Por supuesto —respondió el guardia al que, de ser esto una serie anime, ya le caería un hilito de sangre por la nariz—. Voy a buscar los impresos.
Se giró y empezó a registrar los archivos.
—Vaya, puede que tarde un poco, señorita —dijo—. Esto es un caos… A ver cuándo nos ponen un ordenador.
Mientras no miraba la chica se fijó en un pesado pisapapeles con forma de caballo que había sobre la mesa. Llamó la atención de su compañero y empezó a hacerle señas con la cabeza y los ojos, señalando primero al caballo y después al agente. Él se encogió de hombros, con lo que sólo logró que los gestos de ella fuesen más exagerado, lo que sólo llevo a que él se encogiera más profundamente de hombros sin entenderla.
—¡Oh, maldita sea…! —blasfemó el policía cuando se le cayeron algunos papeles y se arrodilló a recogerlos.
La chica cogió el equino pisapapeles y le explicó a su compañero nerd los gestos que debía llevar a cabo para estrellárselo en la cabeza al guardia. No obstante aquél continuaba en la más profunda incomprensión y se hundía poco a poco en un mar de frustración… del que intentó salir encogiéndose de hombros.
—Eh, creo que lo he encontrado… —dijo triunfante el agente—. Ah, no, es la lista de la compra del mes pasado. ¡Bleh!
Ya desesperada se puso en pie aún con el caballito entre manos, señaló directamente a su compañero, caminó hasta el guardia que aún les daba la espalda y empezó a gesticular con el contundente adorno como si le golpease la cabeza con él. Una vez hecho esto volvió a su sitio y le sonrió al nerd… que se encogió de hombros. Ella se llevó una mano a la cara, le empujó el pisapapeles contra el pecho para que lo cogiera y se sentó, derrotada.
—¡Lo que quiere es que le arrees en la cabeza! —le gritó Genutto.
Al oír el grito el guardia se giró hacia él, le dirigió una mirada cargada de algo que era poco definible como simpatía y luego giró un poco.
—¡Eh, tú! ¡¿Qué haces con eso?! —le espetó al nerd cuando le vio el adorno en las manos.
—Yo… yo… —alcanzó este a decir.
—¡Suelta eso!
Repentinamente sintió como le agarraban de los hombros y notó un par nada desdeñable de bultos en la espalda.
—Agente, no grite, me asusta —le dijo la muchacha al oído mientras guiñaba el ojo a su compañero.
—Disculpe, señorita, pero es que este impresentable…
Ella seguía haciéndole señales.
—No le haga caso, ¿por qué no se vuelve y me tranquiliza?
El policía se volvió encantado, pero en ese momento el chaval comprendió a cuento de qué venían todos los gestos. Cerró los ojos, agarró el caballo con ambas manos y lo lanzó con tan buena suerte —Dios nos castigue si fue puntería— que se estrelló en la nuca del agente, que cayó redondo.
La chica tomó las llaves del cinturón del policía y abrió la puerta de la celda. Los Steel Bitch le dirigieron miradas intrigadas.
—Si vuestra intención es robarnos tenemos malas noticias —explicó Álex.
—¡No! —exclamó la chica adelantándose y cogiéndole las manos a Álex, que se sobresaltó —. Hemos venido a liberaros.
—¿Quiénes sois? ¡Croa!
—Yo soy Mirelle —respondió la chica.
—Y yo Agustín —dijo el otro, que se había quedado en la puerta.
—Nadie te ha preguntado —le espetó la chica para luego volverse para hablar al grupo, pero especialmente a Álex—. Somos de la CASBA.
—¿De la casbah?
—No, de la CASBA; la Cofradía de Aficionados a Steel Bitch Anónimos.
Álex dibujó una media sonrisa y se volvió hacia Genutto.
—¿Qué te dije de las oleadas de fans?
—¡Seh! —exclamó el pseudotengu.
—¿Y cuántos sois exactamente? ¿Cincuenta? ¿Cien? —preguntó volviéndose hacia Mirelle.
—Tres.
Álex se mostró ligeramente desilusionado.
—Pero no hay tiempo para eso, tenemos que sacaros de aquí.
—Eh, eh, más despacio, pequeña —la detuvo Álex—. ¿Cómo que sacarnos de aquí?
—Pues… —dudó ella—. Estáis en un calabozo, se supone que querréis salir…
—¡De eso nada! —gritó Genutto.
—No. No, señor —corroboró Tomás.
Mirelle los miró extrañada.
—Aquí tenemos comida, techo y cama —explicó Álex.
—Aunque no haya desayuno —corroboró Genutto.
—¿Qué será de nosotros si salimos? —continuó Álex—. Nah, gracias, pero nos que…
Se vio interrumpido por la repentina irrupción de otra persona. Se trataba de un veinteañero tan obeso que los rasgos del Chuck Norris de su camiseta estaban terriblemente deformados. Entró todo lo precipitadamente que sus lorzas le permitieron y gritó a la chica.
—Hermanita, ¿venís o no? Tener tanto tiempo arrancado el coche sin moverme gasta gasolina… Y seguramente esos policías malos volverán de un momento a otro.
Mirelle se dirigió a los Steel Bitch.
—Se acabó, ya habéis oído a Tadeo, vais a venir os guste o no.
Y ni corta ni perezosa cogió del cuello a Genutto y Álex, cada uno bajo un brazo y los arrastró hacia la salida.
—Agustín —llamó mientras salía—. Trae a los demás.
Éste, repentinamente asustado, miró a Pitch y a Tomás, que le dirigían miradas asesinas. Tragó saliva, hizo de tripas corazón y se acercó a ellos. Cuando ya creía que era hombre muerto Tomás le paró alzando la mano y salió el mismo, con Pitch subida a su cabeza, en pos de sus compañeros.
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El coche del que Tadeo había hablado era una espaciosa furgoneta. Él y Mirelle ocupaban el asiento del conductor y el copiloto respectivamente. Los Steel Bitch y Agustín iban en la parte de atrás.
—Os sigo instando a que nos devolváis al calabozo —se quejaba enérgicamente Álex—. Si tan aficionados nuestros sois hacednos ese favor…
—Calla de una vez —le espetó Mirelle.
—¿Y cómo es que nos conoséis, chamacos? —preguntó Tomás, que no lo encontraba tan natural como los demás.
—Encontramos vuestro disco por casualidad en una papelera —le explicó Agustín—. Es tan humunguoso que…
—Vaya, gracias —dijo Álex, halagado.
—Vuestra página web mola un montón —añadió Tadeo mientras conducía.
—¡Croa! No tenemos web…
—Sí desde que nosotros os la montamos —exclamó con orgullo Agustín sacando un portátil y mostrándoles una web con su logo—. No os imagináis la de visitas que tiene gracias a la palabra “bitch”.
—Así fue como yo os conocí… Y a estos impresentables —corroboró Mirelle.
—¿Enlace de descargas? —se sorprendió Álex—. Normal que vendamos tan poco… Nuestras legiones de fans se descargan nuestro disco de la red…
—¿Tienes algún danmaku ahí? —preguntó esperanzado Genutto.
—No, sólo el “Pinball”…
—Servirá —exclamó el pseudotengu arrebatándole el ordenador de las manos y empezando a jugar.
Se cernió sobre el lugar un silencio incómodo mientras los integrantes del grupo no sabían qué hacer (excepción hecha de Genutto) y Agustín les miraba extasiado.
—¿Y cuándo decís que nos devolveréis a la comisaría? —preguntó Álex para romper el susodicho silencio.
—¡Nunca, maldita sea! —le gritó Mirelle, enfadada.
—Hermanita, no grites que me distraes —le informó Tadeo—. Y hay que conducir con precaución.
—¡No me digas lo que tengo que hacer, gordo! —le respondió dándole un soberano capón.
—No estoy gordo, soy fuertote… —replicó mientras los ojos se le humedecían.
—¿Por qué queréis volver a esa celda? —les preguntó Agustín—, ¿no tenéis donde vivir?
—No es eso. Es que estamos de gira permanente… —le explicó Álex.
—Qué emocionante… —dijo sinceramente Agustín.
—Pero, Patrón; si nos quedamos enserrados no podremos seguir con la gira para conseguir más fans y vender más… ¿Y qué será de mi pobre madresita?
Una bombillita se encendió en la cabeza de Álex.
—Vale, ya no queremos volver al calabozo —les dijo—. Pero llevadnos a la próxima ciudad para dar un concierto.
—¡Eso está hecho! —gritó Mirelle llena de alegría.
Y mientras las sirenas de policía gritaban una alegre melodía por todo el lugar, Tadeo pisó a fondo el acelerador de la furgoneta sin pensar en cuántos controles policiales tendría que saltarse ni a cuantos guardias atropellar. Todo sea por el grupo.