Drunk Rhapsodists Night Club – 2

Esta es la versión original de la novela de 2010, para la versión mejorada y en físico, consulta esta otra entrada.

Pista 2: Steel Bitch fux steel bitches

Despertaron a la mañana siguiente, como es costumbre. Spencer estaba muerto, probablemente ese cuchillo le había atravesado el pecho por causas naturales, pero dado que no se habían llevado sus cosas y el grupo se encontró por ahí tirados varios cartones de vino y abundante calderilla no le dieron mayor importancia y siguieron su camino.
Caminaron un trecho y cogieron un autobús que les llevó por la patilla —tras amenazar amablemente al conductor— hasta una ciudad cercana donde seguramente ya se conocería su fama y era posible que encontraran clientes.
—Perfecto, chicos, a trabajar —les arengó Álex—. Ayer dimos un concierto así que seguramente tendremos legiones de fans en la región ansiosos comprar nuestro disco.
—¡Seh! ¡Croa!
—Y creo que éste es un buen lugar para instalar nuestro comercio.
Se giró y miró al bar cuyo letrero rezaba “El hada naranja”. Tras unos segundos asintió satisfecho.
—Procede, Tomás.
—¡Mpf! —respondió.
Extendió una manta junto a la entrada del local y sobre ella colocó docena y media de cubiertas de cedé que probablemente contenían (no se sorprendan) cedés. La carátula tenía el logo del grupo, el título “Steel Bitch fux steel bitches” y representaba a una robopilingui recibiendo un fax del grupo; la había pintado Pitch con unos lápices de cera que encontró en un cubo de basura y tenía un trabajo de la luz impresionista que mostraba una fuerte influencia de Degas si bien su composición recordara también a Turner.
—Muy bien, ahora decidamos en qué orden nos turnaremos para vigilar… mientras los demás entran al bar. ¿Sugerencias?
—¡Una carrera volando!
—Ni hablar, Genutto.
—¿Por?
—En primer lugar porque eres un tengu y ganarías. Y en segundo porque en realidad no eres un tengu y no puedes volar como todos nosotros.
—¡Puedo! ¡Croa!
—Veámoslo…
—No me apetece ahora.
—Ya, claro… —Álex suspiró—. Sigamos el método de siempre, el que mee más lejos hará el último turno y el perdedor el primero…
Pocos instantes más tarde Pitch se alzaba con la victoria.
—¡Si es una hembra! ¡Croa!
—Pero los tiene bien puestos.
Pitch mordió un pie a Genutto y se precipitó dentro del bar. El pseudotengu y el metrosexual le siguieron mientras Tomás se quedaba sentado en una caja de tomates junto a la manta, silencioso e impasible.

▼▼▼

La gente pasaba y pasaba sin siquiera pararse a mirar al curioso dependiente —y eso que no es cosa de todos los días ver a un enano mexicano semidesnudo con una máscara de lucha libre vendiendo en un top manta— y mucho menos a su mercancía. De haber podido ahondar en la insondable mente de Tomás, ¿qué hubiese hallado el audaz neuronauta? ¿Impaciencia, rabia, indiferencia?
Lo que sí era cierto es que sus capacidades comerciales eran, cuanto menos, limitadas. Su idea de vender consistía, como ya se habrá adivinado, en sentarse en silencio a esperar que los clientes llegasen por ellos solos. A lo mejor la feroz cara que representaba su máscara y la terrible expresión de sus propios ojos, que se hundían como puñales en todo aquel que se acercaba demasiado, no ayudaban demasiado.
Pero aun a pesar de esto un joven caballero logró reunir la presencia de ánimo suficiente como para acercarse al puestecillo.
—¿Cuánto cuestan, sudaca? —le preguntó, aunque no pudiera decirse que con el mayor de los respetos.
Tomás permaneció callado, apretando los dientes y los dedos en un fuerte puño.
—¿Es que acabas de salir de la selva y no hablas mi idioma? —insistió—. ¿Cuánto costar?
Entretanto en el interior del bar y más concretamente en la mesa que ocupaban los restantes miembros de Steel Bitch todo era diversión y juegos.
—Hacía tiempo que Tomás no vigilaba. ¡Croa!
—Sí, no entiendo por qué —rio Álex.
Se llevó su vaso de tang a la boca, pero al dar el primer trago recordó algo que casi le hace atragantarse y le obligó a escupir todo lo que había bebido.
—¡Mierda! —exclamó—. ¡Mierda!
Salieron precipitadamente al exterior justo a tiempo para oír el crack del brazo del joven al partirse bajo la, por otro lado muy profesional, terrible llave de Tomás.
Éste se levantó, le escupió en la boca y mientras entraba al establecimiento les dijo:
—Ya toca cambio.

▼▼▼

Genutto volaba. Sí, volaba libre entre los árboles de un bosquecillo japonés persiguiendo a una chica tengu llamada Aya. Era su prima por parte de padre, pero no importaba. Aunque se hiciera la difícil la acabaría pillando. O eso pensaba hasta darse con una rama en la nuca.
Y despertó y descubrió que la rama era un palo que enarbolaba Álex, amenazante.
—¡Conque durmiendo en el puesto!
—¡Perdón, jefe! ¡Soy un animal nocturno! ¡Croa!
—¡Menos excusas! ¿Qué pasaría si mientras duermes llegasen nuestros fans y no pudieses atenderles?
Bajo la máscara de Genutto se adivinó una mueca de consternación.
—O, peor aún, ¿y si algún desalmado nos robara? ¡Sería la ruina del grupo!
—¡Perdón, jefe! —exclamó Genutto hincándose de rodillas.
—Ahora vigila bien. Yo vuelvo al bar a… tratar asuntos de vital importancia para la banda.
Y dicho esto volvió a la tasca.
Genutto se quedó solo y reflexionó: «el jefe trabaja duro todo el rato por nosotros… ¡Haré lo mismo! ¡Vigilaré tan bien que nadie podrá robarnos!».
Y absorto en estos pensamientos vio pasar por la calle a un hombre. No hizo el menor gesto de mirar hacia Genutto ni su actitud resultaba sospechosa. No obstante el simulacro de tengu se alzó repentinamente y se lanzó contra él gritando:
—¡Malandrín! ¡No podrás robarme los discos!
—¿Disculpe? —se sorprendió el hombre.
Genutto empezó a picotearle con su afilada nariz mientras se cogía la capa en la mano mientras la agitaba como unas alas.
—¡¿Pero qué hace?! ¡Por favor!
Entonces, por el rabillo de la máscara, pudo ver a dos chicas que se acercaban a la manta. Dejando en paz al señor se giró y corrió hacia ellas agitando su capa y soltando terroríficos graznidos hasta ponerlas en fuga.
Pero cuando se disponía a perseguirlas algo volvió a golpearle la nuca y al girarse pudo ver que era de nuevo Álex con su palo y esta vez además acompañado de Pitch.
—¡No ves que así ahuyentas a los clientes, tajada de membrillo! —le gritó Álex, que hoy vestía de colegiala—. ¡Es la primera vez que veo a un cuervo espantando a gente!
—¡Gñi! —corroboró Pitch.
—¡Perdona, jefe! ¡Croacroa!
—Será mejor que aprendas a comportarte con los clientes o…
—¡Lo haré! ¡Lo haré!
—Bien, no me quiero ver obligado a dejar a Pitch como vigilante del vigilante…
—¡Ese animal no tiene nada que hacer aquí!
—Eso espero, me vuelvo al bar.
Se dio la vuelta y se fue. Genutto graznó amenazadoramente a Pitch, pero ésta le mordió en la espinilla, le mostró los dientes y corrió hacia el local.
Genutto volvió a la caja de tomates que hacía las veces de asiento y decidió intentar dar otra cabezada para poder graznar despejado por la noche. Pero cuando ya estaba cogiendo el sueño…
—Disculpe, jovencito.
Abrió un ojo y vio a una criatura calva y arrugada enrollada en un pesado abrigo que se sostenía sobre dos pies y un bastón. Tenía en la mano uno de los cedés y le miraba impaciente.
—¡Otro que viene a robar! —gritó levantándose bruscamente.
—No, no, soy un cliente.
Genutto se relajó repentinamente.
—Oh, perdone, perdone.
—¿Qué vende exactamente, joven?
—Discos. ¡Croa!
—Eso ya lo veo. Me refería a qué contienen los discos.
—¡La música del mejor grupo del mundo! ¡Croa!
—¿Metallica?
—¡Aficionados! ¡Croa!
—¿Black Sabbath?
—¡Patanes!
—¿De qué grupo se trata entonces?
—¡Somos Steel Bitch, abuelo! ¿No ha oído hablar de nosotros?
—Un poco…
El afable ancianito abrió la carátula del disco y ojeó el librito con la letra de las canciones. Casi se le salen los ojos como canicas.
—He de irme, toma, quédate el cambio.
Dejó caer varios billetes sobre la manta, casi el triple del precio. Genutto se arrojó a recogerlos y cuando se giró el ancianito ya había desaparecido en las calles.

▼▼▼

—¡Preciosa! ¡¿Quieres un cedé de Steel Bitch?! ¡Por ser tú te lo dejo barato! —gritó Álex (por enésima vez) desde su puesto de guardia.
—¡Déjame pervertido!
—¿Perdón? —se extrañó Álex mientras la chica aligeraba el paso—. Y yo que creía que empezaba a entender a las mujeres…
Estaba sentado en la ya famosa caja de tomates con las piernas cruzadas para evitar que se le vieran los calzoncillos por la falda plisada de colegiala japonesa.
Otras dos chicas cruzaron la calle con recelo, muy pegadas al otro extremo, como evitando el puesto. Susurraban:
—Mira, ahí es donde se nos echó encima aquel tipo raro…
—Y ahora hay un travesti, qué miedo…
—¡Eh! ¡No soy un travesti!
Las chicas, al sentirse descubiertas, se pegaron a la pared y no se movieron del sobresalto, quedándose con la vista clavada en Álex.
—Lo que pasa es que soy metrosexual.
Habiendo recuperado un poco la presencia de ánimo las muchachas tuvieron la audacia de dar pequeños pasitos para intentar alejarse lo máximo posible de aquel tipo extraño, pero de una forma que no lo alterase.
—¿Vais a alguna parte? ¿Tenéis prisa?
Cesaron la marcha al verse de nuevo descubiertas. Negaron con la cabeza, no querían enfadarle.
—Pues venid aquí a ver nuestro disco —les ofreció afablemente Álex—. Os gustará.
No se movieron.
—¡He dicho que vengáis! —gritó.
Las chicas, aunque reticentes, cruzaron la calle en un santiamén.
—Buenas chicas —las alagó, sonriente.
—No… No nos haga daño.
—¿Cómo podéis pensar eso de mí? —rio Álex—. ¿Queréis un disco?
Las chicas abrieron un poco la boca, pero no les salieron las palabras.
—¡Que si queréis un disco!
Al unísono afirmaron con la cabeza.
—Guay, coged uno.
Una de las chicas, temblorosas, se agachó a coger uno. Mientras lo hacía Álex no pudo evitar clavar la vista en su escote, a la vista por la posición que había adoptado.
Un rubor de vergüenza y rabia cubrió las mejillas de la chica al ser consciente de a dónde se dirigía la mirada del líder del grupo —siempre se dan cuenta— y, entre gritos a los que se unió su compañera, se lanzaron sobre él.
Pocos segundos más tarde estaba tirado en el suelo, con la cara hecha un cristo y uno de los cedés en la boca. Las chicas se alejaban indignadas gritando cosas como “pervertido” o “habrase visto”.

▼▼▼

Era el turno de Pitch. ¿Alguna vez has visto un mapache hembra con un jersey sobre una caja de tomates vigilando un top manta? ¿No? Entonces no sabes lo que es la vida.
El resto del grupo tampoco lo veía, estaba en “El hada naranja” bebiendo tang como posesos.
—¡Pues yo te sigo diciendo que “Subterranean Animism” es mejor que “Shoot the Bullet”! —le gritó Álex a Genutto, levantándose precipitadamente de la mesa.
—¡¿Estás borracho?! —le espetó Genutto levantándose a su vez.
Tomás se llevó las manos a la cabeza.
—Siempre la misma discusión…
Estaban a punto de llegar a las manos (bueno, a las manos y el pico) cuando escucharon un grito en la calle y un pensamiento simultáneo se vino a sus mentes: «Pitch».
Salieron precipitadamente a la calle y se encontraron con un tipo en el suelo que sangraba por el sitio donde debería tener un dedo, a Pitch muy cabreada, a dos policías y al tipo al que Tomás le había roto el brazo arengándolos.
—¡Esos son, agentes! —gritaba señalándolos con el brazo bueno—. ¡Esos son los tipos!
—¡Corred! —gritó Álex.
Todos pusieron pies en polvorosa tras haber cogido la manta con los cedés. Una lástima que al final los pillaran porque no conocían la ciudad y se metieron en un callejón sin salida…
—No podemos detenerlos por piratería porque el material es suyo… —dijo uno de los policías a otro mientras miraba al grupo, que esperaba en el interior de un calabozo—. Pero sí por venta ambulante, agresión, amenazas, acoso sexual, resistencia a la autoridad y posesión animales salvajes; todo en la misma tarde.
—Y mira qué música más rara… En las canciones sólo se escuchan toses y gritos… —corroboró su compañero—. Menos en la última, que es una psicofonía de “Cuarto Milenio”, se escucha a Iker Jiménez y todo.
—Se os va a caer el pelo…
—Por nosotros perfecto, agente —le apoyó Álex—. No teníamos sitio para dormir.
—¡Croa! ¿Cuándo sirven la cena?
—Patrón, ¿habrá frijoles?
—No lo sé, Tomás, pregunta a estos amables señores que nos dan asilo.
Uno de los policías se llevó una mano a la cabeza mientras el otro se daba cabezazos con la esquina del escritorio.

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