Huracán de puños: un relato de san Valentín

—Así que recordadlo, el ingrediente más importante para vuestras barritas de proteína es la viruta de madera de pino del país. Aseguraos de que vuestro proveedor sea de fiar porque…

Capitán Adrenal hacía una fortuna a través de su canal de CatHub, todo lo que necesitaba era buscar una forma de asociar el producto de sus patrocinadores con alguna dieta o régimen de ejercicio milagroso, y su físico básicamente hacía el resto.

Lo que por supuesto su audiencia no sabía (o los que lo sabían, no pensaban que fuese importante) es que su musculatura provenía casi exclusivamente de su superpoder. Sólo podía generar adrenalina a una tasa mucho más alta que el humano medio, pero resulta que cuando estás tan venido arriba que no eres capaz de sentir el dolor, puedes añadir mucho más peso a tu barra antes de que tu cuerpo te diga que “¿a’onde vas, chaval?”. Luego una semanita de recuperación lejos de las cámaras y tan panchos.

—… sí, a ver, hay mucha desinformación al respecto, que la viruta de pino causa indigestión y desgarramientos del tracto digestivo, pero en realidad lo que hace es meterse en las fibras musculares y potenciar la creación de músculo nuevo.

Capitán Adrenal flexionó sus bíceps para darle validez a su argumento. Solía usar su masa muscular para ganar la mayor parte de confrontaciones en las que se metía, ya fuesen verbales o no.

—¡Matías! —gritó una voz fuera de plano.

Esta vez fue todo el cuerpo del culturista el que se tensó al oír a su prometida y se giró para encararla.

Armnado entró entonces en plano, terriblemente enfadada y notablemente desmejorada. Todavía llevaba puesto su traje de superheroína que consistía básicamente en un top negro y unos pantalones de camuflaje. Debido a un defecto congénito, había nacido con poderosos vientos en lugar de brazos.

—Cariño, estoy grabando un directo…

—Es que me la soplan tus directos: ¡has vuelto a arrancar la tapa del baño!

—¡Fue un accidente! ¿Pero qué te ha pasado?

—¿Que qué me ha pasado? ¿Que qué me ha pasado? He acabado teniendo una pelea de gatas con una villana con una especie de látigo de veinte metros. Se ha cargado el coche y mira cómo tengo el ojo. ¡Que voy a ver a mis padres mañana! ¡Se van a poner como una moto! ¡Y llego a casa y a usar el baño y alguien ha vuelto a arrancar la taza! ¡No puedo usarlo si no tiene taza!

—Vale, lo siento, ¿pero no podemos hablarlo luego?

—¡No! —respondió Armnado usando sus poderes para agarrar la tapa del váter que estaba fuera de cámara y lanzarla contra la pared—. ¡Lo que no puede esperar es que arregles este desastre!

Capitán Adrenal se bloqueó por un momento y su reacción fue girarse hacia la cámara.

—Chicos, disculpad —djio a sus espectadores—. Ya sabéis cómo son estas cosas, es el exceso de estrógeno. ¡Justo lo que impiden mis barritas!

—¡A ti te voy a dar yo estrógeno!

Y, tras un fuerte vendaval, el directo se cortó.

Capitán Adrenal se levantó lentamente. Todos sus músculos se contrajeron mientras temblaban con la frecuencia de una cuerda de guitarra mientras sus ojos se pusieron en blanco de pura rabia.

—Era un trato de CIENTO VEINTE MIL ORÍNS.

Al decir eso bajó los puños contra su mesa de escritorio, que se rompió con la misma facilidad que un plato de porcelana. Varias astillas se clavaron en sus puños y otras partes de su cuerpo, sin aparentemente causarle ninguna clase de dolor.

Una vez la mesa se hubo doblegado ante su poder, la lanzó en dirección a su no menos enfurecida novia, que la hizo añicos con un tornado de derecha sin apenas inmutarse.

—¡¿Qué?! ¡¿Es que todo lo solucionas rompiendo cosas, eh?! ¡Que no estamos hechos de oro, Matías!

—Pues CLARO QUE NO ESTAMOS HECHOS DE ORO —respondió Capitán Adrenal, golpeándose con fuerza en la frente—. ACABAS DE JODERNOS UNA OPORTUNIDAD DE ORO. Es que haces SIEMPRE LO MISMO.

Al decir esto, el Capitán adrenal le dio un fuerte manotazo a la torre de su ordenador, haciendo crujir a la carcasa.

—¡El ordenador no, ANIMAL!

Armnado se lanzó para detenerlo antes de que hiciese más estragos, pero al final fue ella la que hizo añicos el ordenador con sus brazos de tornado.

—Ah CLARO, CLARO. ¡Por supuesto! Cuando soy yo, que qué bruto, que qué animal, que no ganamos para cambiar la tapa del baño cada vez que voy a plantar un pino. ¡Pero tú sí puedes romper cosas, ¿no?!

—¡Es una minusvalía, insensible de mierda! —replicó Armnado dirigiendo ambos apéndices ventosos en dirección a su novio, mandándolo instantáneamente a volar por los aires.

Capitán Adrenal salió disparado por la ventana y fue a dar a la calle. Por suerte vivían en un primer piso y sus fuertes músculos hicieron que resistiera la caída y en realidad le hicieran más daño los cortes de los cristales. Tardó un par de dolorosos minutos en conseguir la fuerza para levantarse, pero para entonces a Armnado ya le había dado tiempo de bajar las escaleras corriendo, salir por el portal y arrearle otra vez en la boca.

La calle pronto se convirtió en un campo de batalla entre ambos cuando empezaron a intercambiar señales, buzones y papeleras. Pronto escalaron a trozos de coche y vendavales perdidos que atravesaban la acera barriendo con todo a su paso. Pero lo peor eran tales improperios que no se pueden llevar a la imprenta, así que mejor pasemos a otros asuntos.

—Como ve son ochenta metros cuadrados perfectamente habilitados —explicó Inmöbius— y el alquiler no es para nada elevado, de modo que es ideal para mantener el margen de beneficios de su negocio de… prostitución.

El agente inmobiliario, vestido con un traje a rayas que alargaba su altura y con la cara enmarcada por gafas de pasta, tosió al tener que pronunciar esa palabra.

—No es prostitución —le explicó el hombre de ropa colorida interesado en el piso del sórdido barrio de Hankens Norte—: mis clientes pagan por acariciar cobayas en un entorno seguro.

—Claro, por supuesto…

Desde que su idea de llevar a cabo publicidad telepática de la inmobiliaria había dado resultados… opuestos a los esperados, ahora se veía obligado a intentar colocar los peores pisos de toda la ciudad. Pero volvería a labrarse su camino a la cima…

—Bueno, si me acompaña, le mostraré la cocina.

—¿Cree que podré tener dos ollas grandes funcionando al mismo tiempo? Es para un asunto.

—Defina grandes.

El hombre iba a responder cuando, de pronto, vio algo por la ventana y señaló a la calle.

—¡¿Qué cojones es eso?!

Inmöbius no se molestó en mirar, simplemente cerró las cortinas con un rápido gesto.

—Sin duda están celebrando un festival étnico, es un barrio muy pintoresco.

—No, tío, eso era alg\

No llegó a acabar la frase cuando la ventana saltó por los aires disparando cristales a través de las cortinas y reduciendo gravemente el valor de la propiedad. Esta vez Inmöbius sí se giró para ver qué pasaba, mientras su cliente en potencia se resguardaba bajo una mesa, probablemente tratando de sacar un uso práctico de la información que le habían dado en la escuela primaria sobre qué hacer en caso de terremoto.

Lo que Inmöbius vio no era algo tan fuera de lo común… Al menos no para Hankens Norte. El Capitán Adrenal se levantaba del suelo cargando un monovolumen entre sus brazos (algo que probablemente le ocasionara una visita a la UCI más tarde o más temprano) mientras Armnado se propulsaba a sí misma por el cielo, probablemente sin más motivo que el de intimidar a su víctima tomando la forma de un avatar de la tormenta.

Inmöbius volvió la vista a su cliente en potencia, que no dejaba de temblequear debajo de la mesa, haciendo bailar rítmicamente a su llamativo abrigo de piel. Era seguro decir que esa venta no la iba a completar —no al menos sin usar algunos de sus trucos más bajos, que prefería reservar para peces mayores—, pero no estaba dispuesto a hacer que su última hora de trabajo no le reportase ninguna clase de beneficios.

Se concentró, y en el tiempo que le llevó al monovolumen volver a caer al suelo tras rasgar ligeramente la cara de Armnado con uno de los espejos, fue capaz de registrar con su supercerebro todos los daños de propiedad que había causado la pareja en los alrededores. Dos, veinticuatro, cuarenta y dos, uuuh, seiscientos veinticuatro… y por supuesto, los daños que le habían causado personalmente por haber hecho imposible el alquiler del piso, lo cual ascendía a un total 1 248 000 oríns brutos que les iban a caer si los denunciaba al ayuntamiento… Aunque, por supuesto, podrían pagarle directamente a él por su silencio por solo el 20% de la cantidad total. Nadie manipulaba las matemáticas como Inmöbius.

—¡Mis muy estimados amigos superheróicos! —dijo Inmöbius, proyectando su voz directamente en las mentes de ambos superhéroes. Ambos tragaron aire de dolor, claramente incomodados por el rimbombante tono de su asaltante — ¡Sepan ustedes que el ayuntamiento podría hacerles pagar no menos de 1 248 000 oríns por los desperfectos causados por su infantil pelea doméstica!

Armnado miró hacia el Capitán Adrenal y luego a la dirección de la que de algún modo podría jurar que venían las señales mentales de Inmöbius. El incómodo silencio puntuado por su expresión de incredulidad era constantemente interrumpido por el ensordecedor sonido del viento girando en espiral que eran sus brazos.

—Por supuesto entiendo que una pareja de intelecto marcadamente inferior como son ustedes no puede sino tratar de resolver sus diferencias de la forma más primitiva y violenta, así que puedo… ¿Cómo se suele decir? Hacer la vista gorda por ustedes. Por un módico precio, por supuesto, mucho menos de lo que tendrían que pagar a esos vampiros del ayuntamiento. Además, les prometo usar mi intelecto superior para instruirlos personalmente en la mejor forma de evitar que sus trifulcas sin sentido sean un peligro para ustedes y para la comunidad de Hankens Norte en general. ¿Qué me dicen?

Ese último comentario fue todo lo que le hizo falta al Capitán Adrenal para agarrar uno de los peñascos en los que se había deshecho la carretera durante su pelea y lanzarlo en la dirección general en la que creía que se encontraba Inmöbius. Por supuesto, sin ninguna confirmación visual, el proyectil no alcanzó su objetivo y todo lo que consiguió fue originar un ligero temblor de tierra, justificando en cierto modo las medidas de seguridad tomadas por el que hubiera sido un cliente en potencia de Inmöbius.

—Señores, sé que su reacción hostil es parte inevitable de su naturaleza, pero les ruego que abandonen sus discusiones vanales y se centren en lo realmente importante: cuantiosas sumas de dinero. Señora, seguramente usted sabe de lo que hablo, haga entrar en razón a su compañero!

—¡Está ahí, periquito! —gritó Armnado desde el aire señalando la ventana a través de la que se veía a Inmöbius concentrándose para emitir telepáticamente su voz.

—Ah, mierda —dijo con dicha voz.

Un segundo proyectil rocoso, propulsado por la fuerza de un tornado atravesó el vano, destruyendo por completo el piso y llevándose por delante al superhéroe inmobiliario.

—¿Lo has visto, cariño? —preguntó Capitán Adrenal mientras su novia descendía a su lado—. Creo que le hemos dado una lección a ese palurdo.

—Ya lo creo —respondió ella, «abrazándolo».

El capitán respondió echándole el brazo al hombro y girándose para ir de vuelta a casa.

—Creo que lo del stream no es tan grave, a lo mejor a los patrocinadores hasta les gusta.

—Y después de todo ese ejercicio, yo me siento bastante más tranquila.

Entraron por el portal riéndose mientras más cascotes caían por doquier en la calle y el motor de un coche en llamas estallaba. A lo lejos se oían las sirenas de los bomberos.

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