Pista 7/127:Asfalto quemado al 100%
Insane seguía de paquete detrás de la furgoneta de la CASBA. Se dejó remolcar unos hectómetros más hasta conseguir colocar los pies sobre el sillín, sin soltar una mano del manillar y otra de la palanca que le mantenía unido a la furgoneta. Y entonces, con un único salto, se libró de su vehículo y saltó sobre el techo de la parte trasera, aferrándose al techo de la furgoneta.
—¿Habéis oído algo? —preguntó Álex de pronto en el interior.
—No, Patrón.
—Gñi.
—No, señor —dijo Tadeo desde la cabina.
—Te juro que no, Álex —prometió Mirelle.
—Yo hace tiempo que no oigo mucho… —ayudó Osvaldo.
Agustín y Genutto seguían concentrados en el portátil.
—Supongo que habrá sido mi imagina… —se paró repentinamente cuando le pareció oír golpes que recorrían el techo—. ¿En serio no lo oís?
Todos volvieron a responder con una negativa.
Álex se sentó y se llevó la mano a la cabeza.
—Supongo que necesito echar una cabezada… Van dos días que no dormimos.
Por desgracia sus sueños de soñar se vieron frustrados por un enorme golpe (que esta vez si oyeron todos (bueno, la mayoría…)) sobre el capó de la furgoneta y un terrible grito de Tadeo y Mirelle.
Álex se levantó sobresaltado, igual que Tomás y Pitch y cuando miró a través del parabrisas solo pudo decir:
—¡¿Otra vez tú?!
Insane se había encaramado a la parte delantera y empezaba a intentar abrir el cristal a palancazos. Tadeo movía el volante irreflexivamente intentando hacerle caer sin ver a dónde iba pues el cuerpo del detective se lo impedía.
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RIChY-BreeeAAAK-Bcn y tu_KeKO-poooTeeNtEE88 seguían esperando a que la chica se levantase la camiseta para empezar la carrera.
—Tío, esto es frustrante, ¿cuánto llevamos esperando?
—Epperate, quillo, ya verá’ como arrancamo’ dentro de na’ —Y como para reducir la tensión añadió—: ¿Un porrito?
RIChY-BreeeAAAK-Bcn se asomó por la ventanilla para tomar aire fresco cuando empezó a oler el humo de tu_KeKO-poooTeeNtEE88 y ya de paso aprovechó para mirar a los demás corredores.
Habría como otros veinte coches solo en esa carrera. Se habían reunido canis de todo el mundo para la gran competición de larga distancia de coches tuneados y ésta era la carrera inaugural. No obstante se hacía tarde y el público de los botellones circundantes pronto estaría demasiado borracho para apreciarla.
Tosió un poco por el humo que aprovechaba su ventanilla también para salir a tomar el fresco y de pronto escuchó gritos.
—Eh, tío, ¿oyes eso?
—¿Er jé? —preguntó tu_KeKO-poooTeeNtEE88 con una sonrisa estúpida en la cara.
RIChY-BreeeAAAK-Bcn abrió la boca, pero antes de que llegase a responder vieron como una furgoneta atravesaba a bandazos uno de los botellones, pasaba entre los coches de la línea de salida y lanzaba a la chica que debía marcar la salida por los aires.
RIChY-BreeeAAAK-Bcn sonrió. La camiseta de la chica se había levantado aunque siguiese pegada a ella, luego la carrera había empezado les gustase o no. Pisó a fondo el acelerador y salió disparado tras la furgoneta, que casualmente iba en la misma dirección.
Los demás conductores (al menos los que aún tenían coches que se movieran) lo siguieron. Unos porque también pensaron que la carrera había empezado, otros porque se aburrían y otros simplemente porque eran uno de los muchos novios de la chica atropellada y clamaban venganza.
—¡Eh!, creo que hemos chocado contra algo —exclamó Álex.
—¡No me digas! —contestó Mirelle asustada y frustrada.
—¡Callaos! —les gritó Genutto cuando su concentración se rompió momentáneamente—. ¡Casi me hacéis perder una vida!
—No molesten al señor Genutto, ya ha batido todos los récords hasta la fecha —rogó Agustín sin alzar mucho la voz—. Ahora mismo está batiendo uno de un juego que ni siquiera ha salido…
Tadeo seguía intentando deshacerse de Insane mientras éste no hacía sino golpear el cristal infructuosamente. Finalmente no fueron los volantazos del obeso conductor lo que le hizo caer, sino uno de los golpes que uno de los canis corredores propinó al lateral de la furgoneta. En ese momento el detective, que solo se sostenía con una mano, resbaló por el capó (cosa de lo más lógica por la manía que tenía Mirelle de obligar a los chicos a encerarlo cada vez que paraban) y no pudo sino agarrarse al espejo lateral del copiloto para evitar la caída.
Mirelle, al verlo por su ventanilla, dejó escapar otro grito, pero rápidamente se repuso y, tras bajar el cristal, empezó a golpearlo y arañarlo en la cara.
—¡Largo, largo! —le gritaba.
—¡Ay! ¡Ay! —se lamentaba Insane—. ¡Señorita, conténgase! ¡Soy un representante de la…! ¡Ay!
Sus dedos empezaban a flaquear. Insane lo sabía, pero resistió hasta el último momento, cuando solo el pulgar sudado y resbaladizo se interponía entre él y el suelo y en ese momento saltó. Saltó hacia un lateral y dio con el pie en la ventanilla de un coche tuning. Aprovechó para impulsarse hacia arriba, entró por el techo solar y cayó en el asiento del copiloto.
—¡Siga a esa furgoneta, jovencito! —le gritó al cani que conducía.
Éste le dirigió una mirada cargada de estupidez.
—¿’tas shala’o? —le preguntó.
Insane le sonrió.
—Eso dicen —respondió amablemente antes de darle un puñetazo en la cara.
Desde fuera la puerta del coche se abrió en plena marcha y el cuerpo inconsciente del cani cayó y rodó por la carretera. Ahora Insane estaba al volante.
Verunnos, el agente, estaba a punto de terminar su guardia y la tercera caja de rosquillas, la que en ese momento se llevaba a la boca era de crema.
En la radio sonaba una canción del grupo del momento, Light Silver Dominicus, no sabía el título y apenas entendía la letra…, pero te hacía mover el pie.
La radio de policía (que, por cierto, empezó a sonar en ese momento) no causaba el mismo efecto y mucho menos con un mensaje semejante:
—A todas las unidades de la Chópnut’s, a todas las unidades de la Chópnut’s. Detectada carrera ilegal en las cercanías, salgan de ahí cagando leches, repito, cagando leches.
Verunnos estrujó tan fuerte su rosquilla que la crema le manchó el uniforme.
Casi al compás veintena y media de coches patrulla arrancaron en el aparcamiento de la Chópnut’s y se lanzaron hacia la salida a empujones de forma bastante incívica. Después de unos cuantos gritos y pullas consiguieron ordenarse para salir de dos en dos…
Por desgracia la mala fortuna se había aliado contra ellos y salieron precisamente por el sitio por el que tenían que pasar los corredores… en el momento en que estaban pasando.
Varios coches de policía, en su estrepitosa huída, colisionaron con coches tuneados de los canis. Partes incandescentes volaron por los aires. Algunas colisionaron contra la Chónut’s y estallaron destrozando varios puntos del local. Algunas ruedas ardiendo se alejaron rodando del lugar.
Los policías que quedaban, por su lado, se quedaron estupefactos observando cómo el local que les había dado muchas más alegrías que su trabajo o su familia ardía hasta los cimientos.
Verunnos alcanzó a coger la radio y decir:
—A todas las unidades, esto es personal.
El (Rollizo) Departamento de Policía de Pork no era activo, ni laborioso, ni siquiera organizado…, pero amaban a su rosquillería-charcutería y lo darían todo por vengarla.
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Insane conducía tranquilamente su coche tuning robado mientras escuchaba en su mp3 la banda sonora de “El Padrino”, ese día había decidido cambiar un poco.
Mantenía el paso de la furgoneta y de vez en cuando, como los demás pilotos de coches trucados, le daba un pequeño golpe para intentar hacerla salir de la carretera, pero nada serio. De vez en cuando, como también hacían los demás, eran éstos los que recibían un porrazo.
Y todo esto mientras tarareaba tranquilamente el tema de apertura.
Repentinamente escuchó sirenas a su espalda y ajustó el espejo retrovisor del que estaba colgada una estampita del cautivo. Vio varios coches patrulla que se dirigían hacia el lugar desde distintas direcciones. Les dedicó una de sus sonrisas más terribles.
—Vaya, parece que por fin vienen refuer…
No pudo terminar la frase porque uno de los coches le golpeó por atrás como a otros coches tuneados. Después de la colisión Insane agradeció llevar aún el casco de ciclista que había “requisado” junto con la bici.
En las calles de Pork, a toda velocidad, se organizó una verdadera batalla campal en la que policías y canis chocaban a muerte. La furgoneta de la CASBA (y también Insane) estaba en mitad de todo el fregado sin comerlo ni beberlo y en su interior Tadeo gritaba desesperado.
—¡Vamos a morir, vamos a morir, vamos a morir!
—¡No digas tonterías! —le espetó Álex intentando mantenerse en pie a pesar de los golpes periódicos—. De peores hemos salido… Al menos nosotros.
Otro golpe repentino le hizo caer de culo.
—Chico —llamó Genutto sin dejar de jugar.
—¿Sí? —le respondió Agustín intentando hablar sin emitir ruidos, lo que casi logra.
—¡Hazlos callar!
—Lo intentaré, maestro.
Se puso de pie y alzó las manos.
—Por favor… —empezó. Su voz se perdió entre el estrépito de los golpes, los vehículos pasando a toda velocidad y los gritos de diversa índole—. Por favor…
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Los tres Tigres Diente de Sable seguían en los tejados. Pero Gutiérrez ya dormitaba y el Abuelo Maravilla empezaba a cansarse en demasía. Solo el Teniente Ornitorrinco se mantenía fresco gracias al ejercicio diario y una sana automedicación.
Precisamente por eso fue el primero que vio pasar la larga comitiva de coches llenos de faros de neón, coches de policía y una furgoneta solitaria. Los ojos se le iluminaron y no tardó un segundo en decir:
—¡Despertad, gandules! ¡Tenemos trabajo!
Sacudió a sus dos compañeros. El Abuelo Maravilla despertó de mala gana, pero Gutiérrez amenazó con caerse debido a los meneones y no despertó hasta que el Teniente lo cogió para evitar la incidencia.
Una vez los hubo despabilado les señaló la carretera por donde se acercaban sus objetivos.
—Esos jovenzuelos están armando jaleo —les explicó—, será mejor que bajemos a darles una lección.
—Todavía están en el territorio de los Alegres Superhéroes Cantores, seguro que se nos adelantan —se lamentó el Abuelo Maravilla.
—¿Esos mariposones? —gritó el Teniente Ornitorrinco—. ¡Sobre mi cadáver! —Y diciendo esto se lanzó por el borde del edificio y voló hacia la turba.
El Abuelo no tuvo más remedio que seguirlo. Avanzó unos pocos metros antes de darse cuenta de que Gutiérrez se había vuelto a dormir. Volvió, lo despertó y juntos volaron en pos del Teniente.
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Verunnos había reconocido la matrícula entre la multitud de vehículos a toda leche. La hubiera reconocido en mitad de un tornado especialmente violento. La recitaba cada noche mil veces antes de irse a dormir.
Él no había visto la furgoneta de aquellos vándalos que le arrearon en la cabeza, pero le habían dicho la matrícula y no la olvidaba.
Esquivando a los demás vehículos se fue acercando poco a poco a la furgoneta. Cuando por fin consiguió colocarse en línea directa con ella no tuvo más que pisar un poco el acelerador. El sonido del fuerte choque le hizo sentirse un hombre nuevo, pero su venganza no terminaba ahí.
Algo muy distinto debió sentir Genutto en el interior de la furgoneta cuando el estré-pito hizo que el portátil se le resbalase de las manos y diese con el suelo. A conse-cuencia de esto se apagó y se perdió toda la partida. Esto tuvo a su vez una ramificación de resultados: por un lado Agustín abrió mucho, mucho la boca y miró a Genutto esperando su reacción y éste volvió a nuestro mundo de bastante mal humor.
—¡Croaaaaah! —clamó, con la nariz apuntando al techo y los puños cerrados con tanta fuerza que se clavó las uñas.
Se encaminó hacia la cabina todo lo rápido que pudo y se colocó tras el asiento del ya saturado Tadeo, gritándole al oído:
—¡Croa! ¡¿Qué haces?!
—¡Conducir! —le respondió Tadeo, ya con lágrimas en los ojos.
—¡Eso pensaba yo! ¡Croa! ¡Quita, bola de sebo! ¡Conduzco yo!
—Pero, pero…
Tadeo no tuvo tiempo de replicar antes de que Genutto lo arrastrara fuera del asiento para colocarse él en su lugar. Mirelle no pudo hacer otra cosa que mirarlos con la boca abierta, tantas emociones la habían dejado en estado de shock.
Genutto miró por el parabrisas y lo que vio le gustó. Decenas de coches a su alre-dedor chocando contra ellos y entre ellos. Harían falta muchas series de movimientos difíciles para esquivarlo todo… Quizá Genutto no había vuelto totalmente a este mundo, pues empezó a verlo todo como un juego especialmente difícil.
Jugaba con el volante, los pedales, las palancas y entre derrapadas, cambios de velocidad y juegos de ruedas buscaba los recovecos entre los coches para escapar de las embestidas. Tadeo, desde el suelo, le seguía mirando sorprendido.
—¡Croa! —gritaba entre tanto el nuevo conductor—. ¿Cómo se dispara? ¿Y por qué mi hitbox es tan grande? ¡Croacroa!
Dio un ligero giro de volante para esquivar a un coche que daba vueltas de campana, solo rozando ligeramente a otro que pasaba cerca, le arrancó uno de los retrovisores.
—¡Bien! ¡Más puntos de roce para papá! —exclamó—. ¡Croa!
Cuando hubo conseguido dejar atrás la nube de coches en liza pisó a fondo el acelerador y se alejó en línea recta a tal velocidad que todos los demás pasajeros tuvieron que agarrarse a lo que pudieron.
Una vez estuvo tan lejos de los demás que apenas se les veía frenó repentinamente, haciendo que varias personas y cosas se desplazaran en el interior de la furgoneta.
—¿P-Por qué frenas ahora? —preguntó Mirelle, que ya se había recuperado—. ¡Nos van a coger!
—¡Ahora aparece el jefe del nivel! ¡Croa!
Mirelle le dirigió una mirada estúpida.
—¿Ves? —le señaló Genutto.
Los Tigres Dientes de Sable habían bajado de su edificio y esperaban pacientemente al primer vehículo que llegase. Miraban expectantes a la furgoneta.
—Aquí no hay diálogo… —se quejó Genutto—. Bah, mejor.
Aceleró un par de veces para retar a los viejos.
—Vamos, chicos —les dijo el Teniente—. Como lo hemos ensayado.
El Abuelo asintió, Gutiérrez solo se dedicó a mirar la nada.
A parte de volar no tenían ningún otro súper poder (e incluso tenían que compartirlo), pero lo que sí tenían era mucho tiempo libre y dinero fácil. A una orden del Teniente los tres sacaron de algún recóndito lugar de sus altos pantalones sendos rifles láser enormes. Los había construido Gutiérrez con sus propias manos en clase de manualidades de la residencia para superhéroes mayores.
A otra orden suya empezaron a disparar contra la furgoneta grandes bolas de energía capaces de hervir a una persona.
Genutto no hizo nada sino, obviamente, intentar esquivar esas cosas como un loco. Aún a pesar de que le llegaban de tres direcciones distintas continuaba esquivando y resistiendo sin dejar que lo acorralaran.
—¡Rápido! —les apremió—. ¡Dadme algo para tirar!
Tadeo se sacó del bolsillo una cadena y se la tendió.
Genutto dedicó unos segundos de su atención a dirigirle una mirada de ira y a arrojarle la cadena a la cabeza.
—¡Digo para lanzar! ¡Necesito algo pesado!
Agustín se adelantó con el portátil en las manos.
—Tenga, maestro —dijo a Genutto tendiéndoselo—. Se ha estropeado.
—Servirá —aceptó Genutto.
Lo cogió con una mano y con la otra bajó la ventanilla. Sacó medio cuerpo fuera, portátil incluido y entonces, tras apuntar un segundo…
Una pesada masa de plástico y circuitos se dirigió directamente hacia la cabeza Gutiérrez. Seguramente el golpe hubiera sido más leve si el ordenador no hubiese llevado Vista instalado.
Al ver cómo su compañero caía los otros dos súper ancianos se lanzaron a por él al grito de “¡Gutiérrez!” cosa que aprovechó Genutto para salir por patas.
—¡Croa! ¡Seguro que me dan 50.000 puntos por lo menos!
Genutto se levantó y habló a Tadeo mientras volvía a su sitio.
—Toda tuya, chico.
Mientras Tadeo volvía a sentarse se oyó a sus espaldas la voz de Tomás, que ahora mismo estaba asomado a la ventanilla trasera.
—Hay que salir ahorititita —avisó—, esos indeseables de los coches ya están al llegar.
Tadeo comprobó que tenía razón en el espejo retrovisor: aun peleando entre ellos y entrechocando continuamente al menos quince coches entre ambos bandos seguían el camino que ellos habían seguido, probablemente les estaban persiguiendo. Desde luego esto no contribuyó a que estuviese menos nervioso así que fue normal que acelerase de pronto y Genutto se diese en la cabeza mientras andaba, pura coincidencia.
No obstante no se atrevía a ir demasiado rápido y la pesada furgoneta apenas podía sacar ventaja a los perseguidores como había conseguido Genutto.
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—¡Eh, mira! —gritó RIChY-BreeeAAAK-Bcn—. Nos acercamos a la curva de la muerte.
tu_KeKO-poooTeeNtEE88 dejó escapar una risa estúpida.
—Un momento… ¿Qué le ha pasado a la Curva de la Muerte? Solo hay un precipicio.
—Se murió —respondió tu_KeKO-poooTeeNtEE88.
Una enorme grieta de varios metros de ancho separaba en dos la carretera. La furgoneta y su particular séquito iban directos hacia ella, no había vuelta atrás.
—¡Va a saltar!
La furgoneta, conducida por Tadeo, aprovechó que la carretera hacía una ligera pendiente para usarla como rampa. A pesar del peso consiguió cruzar al otro lado y alejarse.
Al verlo muchos coches frenaron. Algunos derraparon y chocaron explosivamente contra los edificios. Pero otros, suficientes, pensaron «Si ellos pueden, ¿por qué yo no?». RIChY-BreeeAAAK-Bcn fue uno de ellos. Se agarró bien al volante y pisó a fondo. Se hubiera puesto el cinturón de seguridad de haber tenido.
—¡Joé, quillo, frénate! —le sugirió tu_KeKO-poooTeeNtEE88, pero lo que corría por sus venas ya no era sangre sino óxido nitroso.
Llegó junto al precipicio y saltó. Otros hicieron lo mismo.
—¡Vamos a cruzar, tío! ¡Vamos a…!
Por el rabillo del ojo vio otro coche a su derecha. De su techo salió un tipo vestido con una gabardina y un casco de ciclista. Haciendo uso de una agilidad fuera de lo común saltó sobre el coche de los dos canis, que estaba más alto.
—¡Aaaaah! —gritaron ambos mientras el exceso de peso les hacía caer demasiado rápido como para alcanzar el otro extremo.
En el momento justo, cuando la distancia era lo suficientemente corta, el tipo de la gabardina saltó, cayendo más o menos estrepitosamente en el otro extremo.
tu_KeKO-poooTeeNtEE88 y RIChY-BreeeAAAK-Bcn se mataron en la Curva de la Muerte, como tantos otros.